martes, 12 de octubre de 2010

Marinos a comunicar


Samuel  Grajales.           La vida del niño Rafael Díaz Martínez cambió a los once años de edad cuando, en el verano del 98, su madre María de Lourdes Martínez Palacios falleció a causa del cáncer, esa enfermedad que es la segunda causa de mortalidad en el país; tan sólo después del infarto. EL trance lo marcaría de por vida.
                Rafael nació en la casa marcada con el número 2308 de la colonia Ampliación Terán de Tuxtla Gutiérrez. Es el penúltimo de un clan de seis que hoy encabeza su padre Rafael Díaz Mendoza. Su infancia fue feliz y llena de ilusiones. No quería ser bombero ni un policía modelo al estilo Mancuso FBI, el personaje de la serie televisiva que, moldeado en la moralidad e incorruptible, persigue a los ladrones  hasta encerrarlos y dejar limpias las calles neoyorquinas.   
                “Por una cuestión rara que hasta hoy no la puedo explicar, mi sueño era estar en la marina.  Quería en verdad ser marinero, pero no por el uniforme blanco sino para recorrer los océanos y probablemente encontrar sirenas”, dice hoy a los 23 años de edad, cuando ya tiene una cosmovisión clara de la vida, pero sin renunciar a las quimeras propias de todos los seres humanos.
                Cuenta que a sus amiguitos de la cuadra, con los que jugaba canicas y trompo con particular destreza lo que en ocasiones le ocasionó trifulcas entre empellones y recordatorios familiares porque ellos no aceptaban la derrota a manos de aquel alegre chiquillo, les presumía que sería marinero y recorrería el mundo en un enorme barco.
                “Entonces yo no sabía quién era Dulcinea ni Sancho Panza, menos don Quijote de la Mancha. Si los adultos sueñan y esos sueños han sido la fuente de inspiración para que podamos disfrutar las novelas tan hermosas como Don Quijote de la Mancha, ¿porqué un niño de once años de edad no podía imaginar recorrer los mares turbulentos?”.
                Rafael dice sin ruborizarse que su héroe favorito entonces era Popoye, ese corpulento marinero capaz de realizar las proezas más insólitas cuando está en peligro el amor que siente por Olivia, la flacucha doncella manzana de la discordia entre el trotamundos de las aguas con Brutus, el malvado sujeto a quien sólo lo mueve la perversidad.
                “Quizá Popeye significó un ingrediente que alimentó mis deseos por surcar las aguas en un navío. Recuerdo que todos mis compañeritos decían que anhelaban ser policías o bomberos. Desde mi infancia rompí con los esquemas acostumbrados”, afirma.
                -¿Entonces te crees súper dotado?-
                -Para  nada. Lo que sí te puedo decir es que todos los seres humanos traemos distintas capacidades que en el transcurso de la vida las vamos desarrollando y poniéndolas en práctica, para bien o para mal. Y te puedo dar dos ejemplos asimétricos: Gandhi usó su capacidad a favor de la paz y de él aprendimos que sólo los seres del mundo zoológico resuelven sus deferencias peleando, usando la fuerza. Él decía que si los hombres aplicáramos el dicho de ojo por ojo, el mundo estaría tuerto. Hitler, por el contrario, empleó esa enorme capacidad que poseía para  la maldad. Ha sido, sin duda, uno de los más brutales carniceros de la humanidad.
                Rafael sostiene, sin ambages, que la ausencia física de  su madre no sólo lo marcó de por vida, sino que fue un golpe brutal que fundió su carácter para caminar con valentía. “Puedes trastabillarte y caer, pero hay de aquél hombre que cae y no puede levantarse. Eso es lo que te enseña: caer y levantarse”, dice con filosofía certera.
                “¿Te imaginas perder una madre a esa edad?. Una madre es el motor de una familia, es la que ilumina la traslación de la humanidad. Un proverbio hindú dice que “como Dios no puede estar en todos lados, le ha dado al hombre una madre”. Ese doloroso episodio y mis codicias infantiles de estar en la marina es lo que me distinguían de los demás niños”, agrega.-
NI UTOPÍAS NI SOBERBIAS
Rafael Díaz
                Vestido con una camisa marca Zara de color blanco a mangas cortas, un pantalón negro John Henrry y unos mocasines también de color negro, Rafael platica con el reportero el domingo 13 de junio en el restaurante Samborns de esta ciudad, entre sorbos de café descafeinado y luego de degustar un filete mignon acompañado de una guarnición de verduras crudas que compartió con agua de jamaica.
                Estudiante de la licenciatura en comunicación de la Universidad Autónoma de Chiapas tras de haber cursado un año sistemas computacionales en la misma institución, Rafael se define como un muchacho feliz no obstante las amargas experiencias a su corta de edad.
                Pero sin soberbia aclara que no es un joven común y corriente.
                -¿Es arrogancia de tu parte?-
                -Yo creo que nadie es común y corriente. Los jóvenes debatimos, ofrecemos propuestas, construimos y eso nos hace singulares. Por eso te digo que no soy una persona ordinaria. Nadie lo es, pues debo insistirte que todos poseemos cualidades y de todos aprendemos diariamente.
                Con un gusto particular por la música electrónica y las baladas pop, admirador de la cantante estadunidense Madona “porque ella nos transmite en su música y su baile un dinamismo extraordinario por la vida”, Rafael confiesa que su meta inmediata es terminar sus estudios con calificaciones sobresalientes para incorporarse en la construcción de un mejor Chiapas y un mejor país.
                -¿Esto acaso también es un sueño como aquél del marinerito?-
                -No, esto no es un sueño. No es una utopía. Yo lo veo como un compromiso, como una responsabilidad. Ahora ya no existe aquello de que los jóvenes somos el futuro de la patria. Los  jóvenes somos el presente de la patria y por eso estamos obligados a estudiar y a sumar nuestros conocimientos para que nuestra casa, que es Chiapas y México, esté cada vez mejor.
                Sus ojos pequeños color café, muy expresivos y vivarachos, se iluminan cuando señala que la comunicación le apasiona. “Las personas, todas sin excepciones, cometemos errores, aunque también de ellos aprendemos. Me equivoqué al entrar a la licenciatura en sistemas computacionales. Corregí  y hoy te puedo afirmar sin temor a equivocarme que me encontré con mi verdadera vocación”.
                Católico por tradición familiar –mi madre lo era y mis abuelos lo son-, pero no sectario pues no llega a misa todos los domingos a darse golpes de pecho, pero sí cree sin reconcomios que hay un Dios “si no cómo nos explicamos la creación y existencia del mundo”, Rafael se siente contento de estudiar esta licenciatura y de tener amigos que van a las mismas aulas que él, porque es un devoto de la amistad.
                La define: “Una amistad es invaluable. Tener un amigo es algo maravilloso, pero un verdadero camarada. Un buen amigo; un compañero leal es aquel que está contigo en las buenas y en las malas, que te enseña, corrige, orienta y regaña. Un buen amigo es aquél que está a tu lado desinteresadamente”.
                -¿Tú lo eres?-
                -Me esfuerzo por serlo. Lo que también puedo asegurarte es que soy afortunado no sólo por ir a la conquista de esta profesión, sino de hacerlo al lado de un grupo de muchachos y muchachas, de compañeros y amigos, que ponen todo su empeño, su talento y su interés  en algo común.
UN BUEN ARIANO
                Como todo buen Aries divertido, paciente pero de talante explosivo cuando le hacen enojar, aficionado al cine, investigador recurrente de la Internet, Rafael acepta que no le gusta la política. Admite, empero, que debemos aprender a convivir con ella. Y ejemplifica: “La política es necesaria en nuestra vida cotidiana. Hacemos política desde que nacemos. ¿Cómo pide un bebé que lo amamanten? Llorando. Eso para mí es política. Se hace política también en la casa”.
                -¿Entonces tú no te dedicarías a la política?
                Antes de la respuesta una carcajada que exhibe sus blancos y bien cuidados premolares. La música de fondo en el Samborns de ese día (en esos momentos pasa la canción Óyeme, de Mónica Naranjo) no interrumpe la conversación. Viene otro sorbo de café y luego suelta la contestación, franca, seca:
                -Definitivamente no. Mi objetivo está bien trazado: seré un buen comunicólogo.
                Asiente que le llama la atención el hecho de que en día hay muchos jóvenes que sí se interesan en la política.
                -Mira: acabo de regresar de Veracruz. Allá observé que varios jóvenes de los distintos partidos buscan una diputación en el Congreso del Estado y compiten por las presidencias municipales. En Tuxtla si te has dado cuenta pasa lo mismo. Cada vez son más personas de menor de edad que están en la política. Eso sí es realmente bueno porque la política se oxigena y sólo así podrá cumplir su fin primigenio que es servir a los demás.
                -¿Tus miedos?
                -Sólo uno. Le tengo miedo a la muerte y eso no es cobardía. ¿Quién no le teme? Quien diga lo contrario está mintiendo. Valentía es vivir la vida y enfrentar con determinación los desafíos.
                -¿Estás satisfecho de todo?
                -Satisfecho de vivir la vida sí, pero insatisfecho porque sé que debo hacer más por mi comunidad, mi familia, amigos, mi escuela, mis maestros. Y  estoy seguro de que este es el reto de todos los jóvenes de este siglo.

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